viernes, 2 de septiembre de 2016

LAS ENVOLVENTES DISCURSIVAS EN LA NARRATIVA DEL SIGLO XXI. SOBRE LA NOVELA ‘LA ÚNICA HORA’, DE ALBERTO HERNÁNDEZ.





Alberto Hernández es esencia poeta y periodista. No obstante su trabajo de escritura ha explorado, con bastante desenvoltura, la crónica, la reseña de libros, el artículo de opinión y el ensayo. No sorprende en lo absoluto que escriba su primera novela, “La única hora”. El escritor Eduardo Casanova realizó una reseña bastante completa sobre esta novela y en la que escribe: “La anécdota, el tema, la trama, es, por decir lo menos, muy interesante. Narra la peripecia de una pareja de venezolanos (Ignacio Fuentes e Ingrid Paredes) radicados en Londres, que viven una dura experiencia vital. Ella, Ingrid, obsesionada por Buda, padece un extraño mal diagnosticado por un psiquiatra, un mal cercano a la esquizofrenia, que le produce xenoglosia, lo que a su vez la hace hablar en idiomas muy extraños y que pueden llevarla a perder del todo la sanidad mental. En la novela hay diálogos muy bien logrados, hay monólogo interior, hay erotismo muy bien logrado, hay varios de los más sabios recurso de la narrativa manejados con absoluta soltura por el autor, pero además hay algo que sorprende, como es la “materialización” de los personajes, que en un momento dado salen de las palabras para entrar en el reino de las imágenes”. Por su parte el escritor Jorge Gómez Jiménez que también ha reseñado la novela escribe: “El recurso humano de Venezuela lleva ya varios años drenándose hacia el exterior ante la imposibilidad de alcanzar una vida más o menos digna en la tierra que lo vio nacer. Parte de esa dolorosa diáspora son Ingrid e Ignacio, la pareja protagonista de La única hora”.

Leí la novela y me agradó ese tono de amarga ironía, esa sátira sutil sobre ese país que poco a poco nuestros politicastros de oficio han ido desmantelando. Recurre Hernández en la novela a ese viejo truco de los personajes que perciben su condición de seres novelescos, pero en realidad los personajes reales y ficticios se mezclan, entran y salen de la novela más como un juego de espejos entre la metáfora y el malabarismo literario. Una novela refrescante, con personajes logrados y que amerita varias lecturas. A mi amigo Alberto Hernández, que escribe bastante bien, no le va este aforismo de Kraus, pero seguro lo disfrutará: “Cuando no se sabe escribir, una novela surge con más facilidad que un aforismo”.

La escritora Julia Elena Rial explora otras posibilidades de esta novela, busca en el hueso discursivo sus aciertos y peripecias.


Carlos YUSTI

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LAS ENVOLVENTES DISCURSIVAS EN LA NARRATIVA DEL SIGLO XXI. SOBRE LA NOVELA ‘LA ÚNICA HORA’, DE ALBERTO HERNÁNDEZ. POR JULIA ELENA RIAL

Alberto Hernández
La desolación, la nostalgia, la inter e intratextualidad, un eros mecanizado, la otredad, un  topos  y logos extraños e inhóspitos, todo envuelto en la lengua propia, lírica y operante, es la tragedia que nos entrega Alberto Hernández en su novela “La Única hora” (Editorial Estival 2016). Una hora que se congela, para sus protagonistas, en la intemperie espiritual que marca el Big-Ben del reloj de la Torre de Londres. Ciudad donde dos jóvenes: Ingrid e Ignacio, llegan a vivir para profundizar sus estudios de ciencias y letras.  Ignacio huye de  la represión política que el gobierno de Venezuela ha desencadenado contra quienes disienten de su ideología stalinista, y denuncien la verdad del desastre social y económico en el que viven inmersos los ciudadanos de su país.

Leemos un discurso cuyo lenguaje lírico –narrativo permea orillas y centros, con la sensualidad que cada palabra contiene en sí misma, en cada letra y en su visión verbal, para con ella interiorizar reminiscencias del complejo mundo psico-literario que embarga la novela. Mundo que el escritor transforma en los sugeridos y posibles significados, que tientan al lector, para hurgar en la búsqueda de sus referentes. Y para debatir con los derechos de un narrador que inventa y desaparece personajes a su antojo, porque como dice Antonio Muñoz Molina en “Como la sombra que se va”: “Desaparecer es el privilegio exclusivo de los personajes inventados.”

Se trata de un narrador que se empeña en ahondar la soledad de sus protagonistas, en desafiar los afectos invernales de Londres, que incrementan la locura, hasta entonces adormecida,  de  una Ingrid que carga en su subconsciente la figura de la madre, rechazada en sus recuerdos infantiles. Locura, cuya intensidad y frecuencia van “in crescendo”, hasta llegar a ser permanente. Narrador que no puede contener la ira y agresividad de un Buda que, sin ser invitado, se entromete, no sólo en la vida de Ingrid sino en todo el trayecto narrativo.  Personaje que estimula la presencia de “la otra”, invasora del cuerpo de la protagonista, quien recita a escritores que desconoce: “Desnuda, moreno el cuerpo tembloroso. Bella bajo la luna que entraba por la ventana, Ingrid recitaba o cantaba a trechos los versos del feo Dante.”


El escritor envía mensajes, nos va acercando a sus referentes a través de un interesante entramado narrativo. Hernández asume la semiótica postmoderna de la recuperación de pasados literarios. Plantea la búsqueda de procesos e ideas cuya arqueología se ubica tan pronto en el Renacimiento de Dante Alighieri, como en el Romanticismo de Nerval, el surrealismo de Sánchez Peláez o en la tan comentada saga filosófica de Foucault. Todos ellos arropados por el lenguaje del “desatino” que, algunas veces, con un tono muy borgiano, sugiere al lector la búsqueda de referentes que no existen.

Pero la literatura, como el arte, revela la verdad de una época y modifica los significados pasados y los rasgos que la constituyen. En “La Única hora” se manifiestan en  la expresión de las experiencias estéticas de la incertidumbre del caos que, para sobrevivir, debe dejar la puerta abierta a los rasgos portadores  de la historia literaria del mundo.

La narrativa redimensiona el discurso, es lo que trasmite Alberto Hernández, y él comienza por transformarse a sí mismo como referente. Lo demuestra con el poema “Metáfora del amor loco”: “Ya no se trata de una mujer desnuda/   Se trata de retornar a la ventana/ donde quedaron los últimos deseos/ Donde se alistaron los primeros sueños/ Los que ahora son oscuras pesadillas/ En los ojos imperfectos de una loca/ Alterada por la luna y sus tormentos/ Digo te amo y despierto en el silencio de la noche.” 

El poema se convierte en la Ingrid de “La Única hora”, digresión de la Venezuela escindida, cuya violencia en la novela está inserta en la alegoría de un Eros brusco, intempestivo, que plantea un erotismo cuya  autonomía desconoce la seducción. La locura de Ingrid se transforma en el oxímoron entre dos mujeres que se repelen en  un solo cuerpo, con las cuales tiene que convivir Ignacio. La locura deshecha la conciencia estética del erotismo para encontrar el lenguaje que lo objetive. Eros pierde su libertad en el cuerpo de “la otra”, que ignora la atractiva creación de los diferentes estilos eróticos.
 
La obra de Carlos Cruz Diez que los venezolanos deben atravesar para abandonar el país en el aeropuerto internacional de Maiquetía.
Logra así Alberto Hernández afianzar a “la otra”, en un intercambio de otredades que sumergen al lector en el inframundo literario, que tanto ha dado de que hablar en un Borges que inventaba “Un Yo que deseaba ser otro”, o Gerard de Nerval para quien “El sueño es una segunda vida… las puertas de marfil que nos separan del mundo invisible”. Y el citado Pessoa, inventor de  múltiples otros porque soñaba con “La gran felicidad de no ser Yo”. Ellos ingresan en “La Única hora”, escondidos unos, sugeridos otros, para arropar y justificar con la literatura la necesidad de transformar la intemperie del relato. La de Ingrid e Ignacio en un exilio cuya sintaxis cotidiana londinense destruye cualquier signo de cálido aliento. Como dice Roberto Bolaño en “Amuleto”: “Todos iban creciendo en la intemperie latinoamericana. La intemperie más grande, la más escindida, la más desesperada.”  Una intemperie que en la novela de Alberto Hernández se vuelve transtemporal y transgenérica, poesía-narrativa-ensayo, adquieren valor dramático—cultural, en un discurso del siglo XXI,  que también vive en la intemperie porque aún no ha logrado definirse.

Al llegar al final nos damos cuenta de que el escritor nos fue marcando la ruta de lectura con los Epígrafes. Con la soledad primordial de Marguerite Duras. La trágica sátira de Ambroise Bierce. El tiempo ficcional y la atmósfera de incertidumbre a lo William Faulkner. La incesante búsqueda de la huella del yo de Vila-Matas. Todos ellos invitados a este abigarrado discurso de “La Única hora”, cuyo autor es el imprudente que libera tiempos, lenguajes y que, con su reconocido intelecto, nos enseña que “la narrativa  de hoy es un  desatino”.


SOBRE LA ENSAYISTA
 Julia Elena Rial nació en la ciudad de Tandil (Argentina), en 1931. Su infancia transcurrió feliz entre juegos de rayuela y bicicletas. Empezó a escribir a los 11 años pequeños poemas y obras de teatro que llegaron a ser reconocidos y representados en concursos escolares. Su inquietud literaria fue fomentada por sus padres, quienes la motivaron y orientaron en la lectura. Estudió docencia en Literatura en el Instituto de Profesorado de Buenos Aires. Allí también realizó estudios de Filosofía e Historia del Arte como complemento de su formación. Al culminar, ejerció la docencia y también escribió algunos ensayos. En 1953, viajó a Chile para realizar unos cursos de postgrado en Literatura Latinoamericana y en Historia de las Ideas. En Santiago, conoció a un médico venezolano exiliado con quien se casó y se vino a Venezuela en 1958, tras ser derrocado el General Marcos Pérez Jiménez. Llegó a Caracas y, después de un tiempo, se mudó a Altagracia de Orituco (Guárico), donde ejerció la docencia; más tarde fue despedida por motivos políticos y esta experiencia la impulsó a retomar su oficio de escritora. Vivió en varias ciudades hasta que se mudó a Maracay (Aragua) donde se estableció definitivamente. Siente que el estilo ensayístico es parte de ella, su escritura natural, su voz.




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Carlos Yusti en Barcelona, con la estatua de Colon al fondo, al final de la Rambla donde desemboca en el puerto.



Carlos Yusti (Valencia, 1959). Es pintor y escritor. Ha publicado los libros Pocaterra y su mundo (Ediciones de la Secretaría de Cultura de Carabobo, 1991); Vírgenes necias (Fondo Editorial Predios, 1994) y De ciertos peces voladores (1997). En 1996 obtuvo el Premio de Ensayo de la Casa de Cultura “Miguel Ramón Utrera” con el libro Cuaderno de Argonauta. En el 2006 ganó la IV Bienal de Literatura “Antonio Arráiz”, en la categoría Crónica, por su libro Los sapos son príncipes y otras crónicas de ocasión. Como pintor ha realizado 40 exposiciones individuales. Fue el director editorial de las revistas impresas Fauna Urbana y Fauna Nocturna. Colabora con las publicaciones  El correo del Caroní en Guayana y  el Notitarde en Valencia y la revista Rasmia. Coordina la página web de arte y literatura Códice y Arte Literal


 Tomado de Letralia


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Alberto Hernández

Nació en Calabozo, estado Guárico, el 25 de octubre de 1952. Poeta, narrador y periodista. Se desempeña como secretario de redacción del diario “El Periodiquito” de la ciudad de Maracay, estado Aragua. 

Fundador de la revista literaria Umbra, es miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo y colaborador de publicaciones locales y  extranjeras. Su obra literaria ha sido reconocida en importantes concursos nacionales. En el año 2000 recibió el Premio “Juan Beroes” por toda su obra literaria.

Ha publicado los poemarios La mofa del musgo (1980), Amazonia (1981), Última instancia (1989), Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Bestias de superficie (1993), Nortes (1994) e Intentos y el exilio (1996). Además ha publicado el ensayo Nueva crítica de teatro venezolano (1981), el libro de cuentos Fragmentos de la misma memoria (1994) y el libro de crónicas Valles de Aragua, la comarca visible (1999).  Recientemente ha publicado «Poética del desatino» y «El sollozo absurdo».

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