jueves, 13 de junio de 2013

¿Cuántos escritores españoles viven de la Literatura?





Diez narradores confiesan cómo llegan a final de mes


DANIEL ARJONA | Publicado el 06/02/2009

Fernando Savater se ufanaba en su autobiografía (Mira por donde. Taurus, 2003) de que su trabajo de escritor era lo más parecido a “vivir sin trabajar”. Pero, ¿se puede vivir de escribir? Con el oscuro nubarrón de la crisis en el cogote, nos interesamos por las variopintos ingresos de nuestros narradores -conferencias, clases, jurados literarios, colaboraciones periodísticas- a los que sus libros publicados contribuyen sólo en una pequeña parte. Hay clases, sin embargo. Un grupo de privilegiados con millones de ejemplares a cuestas que podría prescindir sin apuros ni estrecheces de lo que Isaac Rosa llama “la industria auxiliar”.




Todo se desmorona, o eso parece. Lo que comenzó con unos risueños banqueros estadounidenses despachando hipotecas a quien no tenía siquiera el dólar para pagarse el transporte público hasta la sucursal, ha devenido en catástrofe mundial. Mundial e íntima. Echan a los amigos, tiemblan los padres y el único empleo que prospera es el de rotulador de carteles de “Se vende”. Y nadie parece a salvo: obreros, arquitectos, fontaneros, periodistas, ¿escritores? Cuentan que el libro es un objeto de ocio “barato”, una trinchera natural anticrisis que cubre grandes segmentos de tiempo por un precio asequible. Pero las visitas a las grandes superficies, donde se venden miles de ejemplares, menguan, y los anticipos editoriales se dividen por dos. Así, los escritores podrían no salir indemnes del derrumbe económico. A todo esto, ¿qué tal les iba hasta el momento? 



En El Cultural hemos realizado un barrido general, una suerte de encuesta pecuniaria a una importante muestra de nuestros literatos. No queremos saber lo que ganan pero sí satisfacer la curiosidad de hasta qué punto se puede vivir de la Literatura -y de sus actividades anejas- en España. Nos han contestado Rafael Chirbes, Ignacio Martínez de Pisón, Antonio Orejudo, Isaac Rosa, Agustín Fernández Mallo, Ricardo Menéndez Salmón, Alberto Olmos, Juana Salabert, Rafael Reig y Juan Marsé



Economías paralelas


Lo decimos ya, sin intrigas innecesarias: sólo uno de los narradores interrogados, Juan Marsé, admite vivir únicamente de los beneficios de sus libros. Hay más, se sabe. Nombres que no se caen de los primeros puestos de las listas de ventas año tras año. Los Arturo Pérez Reverte, Carlos Ruiz Zafón, Eduardo Mendoza, Antonio Gala, Almudena Grandes, Matilde Asensi, Julia Navarro, José Luis Sampedro, Alberto Vázquez Figueroa... Algunos, como es el caso de este último, han atesorado, ejemplar tras ejemplar, fortunas de ensueño. 





No es el caso de Rafael Chirbes (Tabernes de Valldigna, Valencia, 1949), quien publicó en 2007 Crematorio (Anagrama), la mejor novela del año para los críticos de El Cultural. Chirbes explica que no ha conseguido nunca vivir de sus libros, “siempre he tenido economías paralelas”. Economías que no pasan necesariamente por los consabidos bolos, las colaboraciones periodísticas, los jurados literarios, etc. “ Lo que pueda ganar al año por esas cosas es más bien simbólico. No escribo columnas, ni doy muchas charlas (ahora, alguna más), y la mayoría de las que doy son más bien por compromisos, amistades, gente a la que no puedes decirle que no, etc...”.




La última novela de Isaac Rosa (Sevilla, 1974) es El país del miedo (Seix Barral, 2008) pero no han sido sus ventas ni las de sus anteriores libros las que le han dado de comer durante estos años. “Hace cuatro años que vivo de mis libros, aunque más bien indirectamente. Quiero decir que no vivo sólo de la venta de mis libros, sino de ellos y de otras actividades derivadas: colaboraciones en prensa, traducciones, conferencias, cursos... La industria auxiliar del escritor. Sí, se puede vivir en España de la Literatura. Solemos oír que sólo unos privilegiados lo consiguen, pero yo conozco a bastantes escritores que viven de escribir, algunos incluso viven muy bien. De hecho, una novedad de los últimos años es que ya no sólo se puede vivir de los libros: ahora es posible incluso hacerse millonario. Recuerdo la promoción de lanzamiento de la última novela de Ruiz Zafón, su insistencia en los millones de ejemplares vendidos y en los que esperaba vender, en lo que parecía un mensaje destinado a los novelistas más que a los lectores, algo así como atención, fíjese bien, es posible ganar mucho dinero escribiendo novelas, este muchacho lo ha hecho, tú también puedes. Los best-sellers ya no son todos extranjeros, y estoy convencido de que hay cada vez más autores aficionados cuya aspiración es ser escritor más que escribir, y sueñan con ganar mucho dinero -de ahí la insistencia en ciertas fórmulas narrativas de éxito tan presentes en primeros títulos-”. 

Una vida burguesa




La vanguardia literaria nacional andaba desvaída cuando Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) reunió las notas redactadas tran un incidente hospitalario en Thailandia y arrancó la “Era Nocilla”, de la que Nocilla Experience (Alfaguara, 2008) es la penúltima entrega. Fernández Mallo corrobora: “No, no vivo de mis libros. Por una parte, eso está bien, prefiero tener la libertad de poder escribir lo que quiera sin la presión del dinero. Viviría de mis libros si mis ventas fueran de best seller, cosa que no ocurre. No creo que sea posible para un escritor de producción y ventas medias vivir de sus libros de una manera normal, tranquila y digna, es decir, burguesa, y creo que esto es igual hoy que ayer y que antes de ayer. No creo que tenga nada que ver con la crisis, argumentar eso es tramposo. Los editores venden menos, es cierto, pero es que los beneficios que le llegan a los autores eran ridículos antes y son ridículos ahora. ¡Los novelistas afectados por la crisis! Es paródico. Los novelistas simpre están en crisis. De los libros, viven exclusivamente diez, los que pasan de cien mil ejemplares vendidos por título”. 

La economía sumergida


Hay quien abandonó toda esperanza desde el primer momento. Alberto Olmos (Segovia, 1975), que inquietó con su última nouvelle dialogada -Tatami (Lengua de trapo, 2008)-, matiza: “No vivo de mis novelas. Tampoco esperaba hacerlo. Entiendo obvio que para vivir de la literatura hay que vender muchos ejemplares de cada novela, y también considero obvio que los escritores que viven de escribir acaban escribiendo novelas sobre escritores, lo que resulta empobrecedor a largo plazo”. Pero el escritor puede abandonarse -no sin peligro- a la “economía sumergida” con la que poder mantener la cuenta al día sin publicar gran cosa. “Se puede, por desgracia -lamenta Olmos-, los jurados son siempre los mismos, los premiados son siempre los mismos y los bolos caen siempre sobre los mismos”.


Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) compagina sus ejercicios narrativos con su trabajo como editor en KRK, “que complementa el ingreso inestable de mis libros”. Menéndez Salmón, que acaba de publicar El corrector (Seix Barral, 2009), admite que habrá quien vive de bolos y demás acompañamientos pero “al precio de dejar de ser escritor para convertirse en otra cosa: en representante de sí mismo, por ejemplo, o en una marca registrada. No me imagino a ninguno de los escritores españoles que me gustan esclavizando a su musa por culpa de una agenda como la de un ministro”.


Por su parte, Rafael Reig (Cangás de Onís, 1963) se cabrea, socarrón, cuando aludimos a su modus vivendi: “No fastidie, ni aunque fuera un faquir, un penitente o por completo herbívoro. Esta tripa que tengo, ¿tú crees que es de las novelas? Yo vivo de lo que escribo en los periódicos, de las clases que doy y de los bolos. De las novelas sólo pueden vivir unos pocos, igual que pasa en el billar, el ajedrez o la natación sincronizada. Yo no estoy entre ellos: yo formo parte del Tercer Mundo de la novela, o como mucho, en vías de desarrollo. A la gente le gusta que los países pobres sean exóticos, igual que le gusta que los autores que no vendemos tanto seamos exóticos, bohemios y esas cosas. Si nos ven de corbata, como si fuéramos Carlos Fuentes, ya no les mola, les parece sospechoso: como si van a un viaje de aventura y resulta que hay hoteles de cinco estrellas y solomillo, en lugar de comer hormigas”. 

Mal informados

Y Reig, que en 2006 publicó el a un mismo tiempo mítica y subterráneo Manual de Literatura para caníbales (Debate), se atrinchera y revuelve ante la cuestionada moralidad del escritor sin libros: “Por supuesto, y no hace falta ser novelista: se puede ser articulista y no escribir libros, etc. Aunque mucha gente no lo sepa, escribir un libro aún es optativo. Hay un anteproyecto de ley, pero aún no se ha aprobado la obligación de publicar un libro, pese a lo que crean los políticos, los presentadores de la tele y los famosos en general. Están mal informados: se puede ser feliz y buen ciudadano sin tener que demostrar que se tiene vida interior”. 


Antonio Orejudo (Madrid, 1963), el sorprendente autor de las Fabulosas narraciones por historias (Tusquets, 2007), comparte igual espíritu desacomplejado: “De hecho, para ganar dinero conviene no escribir demasiados libros. Los libros quitan mucho tiempo a los bolos, que es la actividad verdaderamente lucrativa”. E Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 196a), autor de Dientes de leche (Seix Barral, 2008) aclara: “Yo diría más bien que vivo de lo que escribo. No sólo de los libros: también de artículos, prólogos, etc. Desde hace un par de siglos ha habido escritores que vivían de sus libros. Supongo que seguirá siendo así”. 


Quizás la previa aventura de escribir y la pretensión de hacer frente al euríbor pluma en ristre sea todavía, lamentablemente, una práctica de riesgo en la España del XXI. Juana Salabert (París, 1962) firmó en 2007 su última novela hasta la fecha, El bulevar del miedo (Seix Barral). Dice Salabert: “Trato de vivir de mis libros, al menos, combinando en la medida de lo posible mis anticipos de novela con las conferencias, la escritura de artículos y alguna que otra traducción ocasional. Si vivir de la pluma en España siempre fue difícil, en la última década la situación ha empeorado con respecto a los años noventa y ello a pesar de la buena situación -de momento y por fortuna- de la industria editorial española. De todos modos, me considero bastante afortunada en este terreno, vivir, o ‘sobrevivir’, haciendo lo que te gusta es un raro y espléndido privilegio. Pero también una elección vital que supone la renuncia a muchas cosas, a comodidades y seguridades, porque no siempre sabes que será de ti al siguiente trimestre”. 

Tal vez el viejo Cela...



Para concluir, uno de los grandes termina por agriar el panorama al explicar que “hace muy poco que pude vivir de la Literatura”. Juan Marsé (Barcelona, 1933), premio Cervantes 2008, autor de una obra espléndida y abrumadora en la que se cuentan novelas como últimas tardes con Teresa (Seix Barral, 1966), La muchacha de las bragas de oro (Planeta, 1978) o Canciones de amor en Lolitas Club (Lumen, 2005), afirma desconocer “la situación de los demás escritores pero dudo que haya quien pueda haber vivido fácil y exclusivamente de la escritura. No sé, tal vez en su tiempo, el viejo Cela...”. 

Aclaradas las dudas y endurecidos los sueños, ¿qué les queda a los aspirantes, a los novelistas lastrados, más que cargados, de un futuro pasado por agua y amenazador? Escuchen, escuchen a Rafael Reig: “ A mí me pagan más o menos los mismos anticipos, lo mismo por artículo y lo mismo por conferencia que me pagaban cuando empecé, hace ya veinte años. O sea que cada vez estamos más pobres. Los nuevos talentos lo tienen difícil, sin duda, las editoriales cada día son más avarientas: he oído que ahora ya firman contratos con menos del 10% para el autor. Y me parece estupendo: si los nuevos talentos lo tuvieran demasiado fácil, se echarían a perder, je, je: es todo por su bien”. 


A la sombra de Kafka 

A lo largo de la historia, numerosos escritores se han escondido (voluntariamente o por razones de supervivencia), tras la mesa de un despacho, aunque quizá el paradigma sea Franz Kafka, que trabajó para diversas agencias de seguros y escribía sólo de noche, un arreglo que a su juicio era una bendición y una maldición. Como para Fernando Pessoa o Wallace Stevens, vicepresidente de una compañía de seguros, el mismo ramo que abandonaron Thomas Mann y José Saramago para dedicarse a escribir. Salvador Espriú tuvo que trabajar en una notaría; John Grishamrenunció a su trabajo en un bufete de abogados tras sus éxitos literarios, comoLorenzo Silva, Ildefonso Falcones, mientras que Joan Perucho sólo dejó su trabajo como juez tras la jubilación. 


También la jubilación ha alejado de su labor como funcionario del Ayuntamiento de Madrid a Luis Mateo Díez, mientras que José María Merino lo fue del Ministerio de Cultura. 


A la diplomacia se dedicaron Rubén Darío, Alfonso Reyes, Pablo Neruda, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Posse, Carpentier, Skármeta, Fernando Schwartz o el último premio Ramon Llul, el embajador en Londres Carles Casajuana.



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