sábado, 2 de octubre de 2010

"El impredecible precio del pan"

por Frederic Mousseau



 Sin pan y sin trabajo óleo del pintor argentino Ernesto de la Cárcova (1866-1927)


Ahora sabemos que la volatilidad llegó para quedarse en los mercados internacionales de alimentos, afirma en esta columna el especialista Frederic Mousseau.



OAKLAND, Estados Unidos, 27 sep (Tierramérica).- Dos años después de la carestía de 2007-2008, los precios internacionales de los alimentos vuelven a subir. Con una cosecha escasa en Europa oriental, el trigo se disparó más de 50 por ciento en el recién terminado verano boreal.

Es un recordatorio de que los mercados de alimentos siguen inestables y sujetos a una variedad de factores, como las condiciones climáticas, las decisiones sobre reservas alimentarias, las exportaciones de gobiernos o empresas, las fluctuaciones de los precios del petróleo (que determinan cuántos cultivos se usan como combustible) y la especulación financiera.


Los disturbios por escasez de alimentos, que en 2008 causaron varias muertes en países en desarrollo, ahora parecen estar reiterándose. Trece personas fueron asesinadas a comienzos de este mes en Mozambique en protestas por el aumento del precio del pan.


Cabe preguntarse si hoy el mundo está mejor preparado para hacer frente a otra suba de los alimentos e impedir sus impactos en la población pobre.


La respuesta es sí y no, sostiene una evaluación del Oakland Institute y la UK Hunger Alliance sobre las reacciones a la crisis de 2007-2008.


Aprendimos mucho de lo que ocurrió hace tres años. En la identificación de los factores que influyen en los mercados mundiales de alimentos, ahora se admite que la volatilidad llegó para quedarse.


También sabemos mucho sobre la efectividad de las diferentes respuestas.


Las investigaciones muestran que la crisis alimentaria mundial de 2008 fue menos “mundial” de lo que se creía. Varios países lograron impedir que la inflación se contagiara a sus mercados internos. Por ejemplo, el precio del arroz en realidad bajó en Indonesia en 2008, mientras escalaba en países vecinos.


Las intervenciones para impedir este contagio incluyeron políticas para facilitar el comercio y restricciones o regulaciones comerciales: prohibición de exportaciones, uso de reservas públicas, control de precios y medidas contra la especulación.


Con éxito dispar, varios gobiernos intentaron proteger a sus sectores pobres con redes de seguridad social. Bangladesh, India, Brasil o Indonesia consiguieron sinergias entre la protección de los sectores empobrecidos y el apoyo a la producción alimentaria local, generalmente vinculada al manejo de reservas públicas.


Las transferencias directas de ayuda monetaria, consideradas una alternativa efectiva a la asistencia alimentaria importada, se usan cada vez más. Sin embargo, los elevados precios de los alimentos debilitaron la capacidad de compra de esas transferencias y, en definitiva, su efectividad.


De ahí que algunos programas nacionales no pudieran adaptarse a la carestía, que causó una drástica reducción del poder adquisitvo de los beneficiarios.


Éste fue el caso de la red de seguridad social de Etiopía, la mayor de África, donde el valor de las transferencias en efectivo aumentó apenas 33 por ciento, lejos de acompasar el incremento de 300 por ciento en el precio de la canasta básica de alimentos. Por este desfase, se necesitó una enorme operación humanitaria paralela.


En general, no se pudo evitar el drástico aumento de la desnutrición crónica, que afectaba a 850 millones de personas en 2007 y a 1.000 millones en 2008.


Este es un rezago serio en el primero de los Objetivos de Desarrollo de las Naciones Unidas para el Milenio: reducir a la mitad la proporción de personas que padecían hambre en 1990, con plazo en 2015. ¿Acaso el mundo está hoy mejor preparado?


No, pues los gobernantes mundiales todavía promueven el libre comercio, como declararon en la última reunión del Grupo de los 20 países ricos y emergentes (G-20) en Canadá.


No, porque muchos gobiernos e instituciones internacionales centraron sus esfuerzos en una respuesta a corto plazo, ignorando que el problema no era de suministro, sino de acceso (2008 fue un año récord en producción mundial de alimentos) y que se necesitaban soluciones duraderas para las causas estructurales.


Y no, por último, pues las enormes inversiones extranjeras en tierras de los países más pobres agravan la principal causa del hambre y la pobreza: el desigual acceso a los recursos naturales que prevalece en el mundo.


Al fin y al cabo, más allá de que el precio del pan sea accesible, la justicia y la equidad son las verdaderas demandas de quienes protagonizan disturbios por la comida.

* Frederic Mousseau, experto en seguridad alimentaria del Oakland Institute. Trabajó casi 20 años para agencias humanitarias internacionales como Action Against Hunger, Médicos Sin Fronteras y Oxfam Internacional. Derechos exclusivos IPS.

 Publicado con la autorización de Tierramerica


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